Palabras rescatadas (I)

Según la RAE, usamos únicamente unas 2000 palabras de las más de 93 000 recogidas en la última versión del diccionario académico. Eso quiere decir que la mayor parte de nuestro léxico solo nos sirve para engordar el susodicho libro; y es una pena porque en una simple ojeada al diccionario encontraremos palabras hermosas, curiosas, coquetas, sugerentes, biensonantes o no… en resumen, palabras que merecen ser pronunciadas. Por ello, desde este blog, aportaré mi granito de arena mensualmente para intentar salvar alguna de estas palabras olvidadas.

En esta ocasión, os presento a dos de mis preferidas: una porque me encanta su etimología y su sonoridad; otra porque me recuerda a la mujer a la que más veces se la oí de niña, mi madre.

La primera palabra que vamos a rescatar hoy es nefelibata. Según el diccionario, dicho de una persona, significa: «soñadora, que no se apercibe de la realidad». Y ese sentido late en su etimología. Nefelibata viene del griego nephélē (que significa ‘nube’) y –bátēs (‘que anda’), derivado este de baínein (‘andar’): o sea, literalmente nefelibata en griego es ‘el que anda en las nubes’.

La segunda palabra es el verbo esculcar. De él el diccionario nos da dos sentidos generales: «1. Espiar, inquirir, averiguar con diligencia y cuidado. 2. Registrar para buscar algo oculto». Mi madre lo usaba siempre con este segundo sentido para reñirme de niña cuando me pillaba buscando alguna golosina escondida en la alacena (otra bonita palabra olvidada, por cierto). «¿Otra vez esculcando?»… resuena en mis recuerdos infantiles.

¿Conocías estas palabras? ¿Las usas? ¿Eres una persona nefelibata? ¿Tú también esculcabas cajones y alacenas en tu infancia? Los comentarios están abiertos.

Pessoa, gafas y pajarita

Pessoa, gafas y pajarita. Escrito por Jesús Marchamalo. Ilustrado por Antonio Santos. Editado por Nórdica Libros. Apenas 45 páginas de 12 por 15 centímetros para pasear junto a Fernando Pessoa por su vida y contemplar el retrato impresionista de su personalidad, construido en pinceladas de anécdotas y recuerdos de trazos simples pero vivos, con el color brillante de la prosa poética de Marchamalo y el negro sobre blanco de las ilustraciones de Antonio Santos, que no necesitan más floritura para hacer que el poeta luso nos mire desde la página. Breve lectura recomendada para devotos, ateos y agnósticos de Pessoa. Una infancia con olor a linimento, el pánico a las tormentas, el miedo a la locura, la abuela Dionisia, los amigos invisibles, la muerte del padre, un niño de cinco años, el padrastro, la mudanza, la educación en inglés, té con pastas y Dickens, cuellos y puños de almidón; volver a Lisboa, el peor eslogan para la Coca-cola, un trance en la noche, escribir, ser otro, poetas espectrales; Ophélia Queiroz, diecinueve años, mecanógrafa… Hamlet y un beso, cosquillas con el bigote, cartas ñoñas a Ophelinha, adiós, como dos niños que se amaron un poco; su última fotografía borrosa, desapareciendo ya, su mirada, prematura vejez, «No sé lo que mañana traerá», últimas palabras, «Acércame las gafas». Fin de Pessoa, fin de heterónimos, fin de los miedos y de la tarde al anochecer. Leer Pessoa, gafas y pajarita es como asistir a la proyección de esa sucesión frenética de imágenes, sumario sentimental de una vida, que se produce en la mente de aquel que se siente a punto de perderla, en ese segundo que inicia el fin del desasosiego.

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El pedante

Decía Miguel de Unamuno que un pedante es «un estúpido adulterado por el estudio». Si buscamos en el diccionario la palabra pedante, en un primer vistazo nos dirá lo que todos sabemos: que un pedante es aquella ‘persona engreída, que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad’. Pero si seguimos leyendo veremos que en su tercera acepción el DRAE nos indica que el término tiene un significado hoy en desuso: pedante es el ‘maestro que enseñaba a los niños la gramática yendo a las casas’. La palabra procede del italiano pedante, que a su vez parece estar formada sobre el latín pes, pedis (‘pie’), por aquello de que los docentes iban andando a dar las clases a domicilio, e incluso porque, aparte de maestro, el pedante era el tutor y cuidador de los niños de familias acomodadas que los acompañaba a pie por todas partes. [El pes, pedis latino también está presente en palabras como pedestre, pedal, pedestal, peatón… todas relacionadas claramente con el pie.] Por lo tanto, en el origen, la palabra pedante no tenía el sentido peyorativo que actualmente le damos en español. ¿Cómo lo adquirió? Imaginemos la situación: muchos eran los aspirantes a pedante (a maestro a domicilio) y pocos los puestos vacantes, por lo que los candidatos tenían que pasar unas pruebas selectivas para demostrar que sabían más que sus contrincantes y lograr hacerse con el empleo. Tanta exhibición de conocimientos acabó convirtiendo al que presumía de mayor erudición en un pedante, ya con el sentido despectivo del término desde el siglo XVIII de manera evidente en nuestra lengua. Así, olvidado hoy el pobre profesor andante, el pedante sigue en nuestro vocabulario y en nuestra vida para continuar alardeando de una sabiduría (pretendida y pretenciosa) sin competencia.

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¿Por qué decimos «No hay tutía»?

¿Os habéis preguntado alguna vez por qué decimos «No hay tutía» cuando queremos expresar que algo no tiene remedio o es imposible? Pues bien, vamos a resolver el misterio.

Para empezar, quizás os haya sorprendido ver la escritura de tutía como una sola palabra y, sí, es que lo es y nada tiene que ver con una familiar cercana; aunque la RAE admita la escritura de «tu tía» separado, se desaconseja por motivos que entenderéis de inmediato.

¿Qué es tutía? El diccionario de la RAE nos lo revela: tutía en realidad viene de atutía, que deriva del árabe hispánico attutíyya (derivado del árabe clásico tūtiyā, y este del sánscrito tuttha). Atutía o tutía es el óxido de cinc que, a modo de costra dura y de color gris, se adhiere a los conductos y chimeneas de los hornos donde se tratan minerales de cinc o se fabrica latón. Esta sustancia fue usada en medicina antigua como base de un ungüento curativo al que se llamó de la misma forma.

Al principio, la tutía fue empleada en enfermedades relativas a los ojos, pero luego adquirió tal prestigio que se convirtió en un remedio curativo general. De este modo, cuando el boticario de la época anunciaba al enfermo que el compuesto se había terminado, para este infeliz la sentencia «No hay tutía» era equivalente a que su mal no tendría el remedio o alivio que dicho ungüento les prometía.

Con el tiempo y el uso, aquellas palabras acabaron traspasando su contexto originario para formar parte de nuestro vocabulario general con un nuevo sentido extendido. Así, hoy la expresión «No hay tutía» sigue presente en nuestra lengua cuando algo se nos presenta como irremediable o con pocas esperanzas de ser alcanzado; porque, por muchos siglos que pasen, siempre habrá deseos que ni tías ni tutías podrán cumplir.

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Dicen haber leído…

Según el CIS, dos de cada diez españoles dicen haber leído el Quijote (insisto, «dicen haber leído»). En la misma encuesta, cuando se preguntaba a esos dos de cada diez por el nombre de don Quijote, solo un 16 % acertó responder Alonso Quijano. No voy a entrar a valorar lo poco que se lee el Quijote, ni las causas por las que no se hace. En estas lides de la lectura soy bastante transigente y creo a pies juntillas en el decálogo de Pennac: El primer derecho del lector es no leer.

Si trasladáramos la encuesta del CIS al Hemiciclo, Pedro Sánchez sería uno de esos dos de cada diez que dice haber leído el Quijote. De hecho, el candidato socialista reconoce haberlo leído incluso dos veces… Y permítanme que sonría. En esta etapa de pactos y no-pactos postelectorales a la que nos ha tocado asistir, se echan de menos más que nunca las páginas de Don Quijote. Esa larga conversación entre el loco de don Alonso y su fiel Sancho, ese diálogo real que conlleva el acercamiento de esos dos polos tan opuestos como la locura y la cordura. Cervantes nos enseñó que en el justo diálogo estaba la virtud, en el escuchar al otro, en el quijotizarse o sanchificarse a fuerza de tanto camino compartido solidariamente.

Por desgracia, hoy no se lee el Quijote, ni siquiera donde más falta hace, por más que se tuitee, por más disfraces y circos que se aplaudan, por más que se cite incluso falsamente… Estamos en la era del postureo (Quien esté libre de selfi que tire la primera piedra). Qué pocos quijotes en el horizonte para seguir fielmente, qué pocos sanchos que gobiernen con cabeza ínsulas y penínsulas, cuántos gineses de Pasamonte a los que volver a votar…

Cojo el Quijote y lo abro al azar: capítulo XV de la primera parte. Poso mi vista sobre unas palabras de Sancho: «De lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas de donde nosotros salimos sin costillas». Y sonrío. Vuelvo a repetir la operación y esta vez el destino me lleva al capítulo XXI de la segunda parte: «¡No milagro, milagro, sino industria, industria!», dice el pícaro de Basilio. Y vuelvo a sonreir. ¡Ay, si al menos dos de cada diez te leyeran…!

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¿Nació Julio César por cesárea?

«Si quieres ser original, vuelve al origen», sentencia sabiamente el dicho popular. Y eso es lo que vamos a hacer en nuestra búsqueda de etimologías curiosas, volver a los orígenes de la palabra aparentemente muerta que yace sobre la palabra viva hoy en nuestro día a día, despertar de su silencioso sueño a la ‘auténtica palabra’ (pues eso quiere decir etimología en griego: étimos, ‘verdadero’, + logos, ‘palabra’).

En esta ocasión vamos a desentrañar la palabra cesárea. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué llamamos así a la operación para extraer el feto del interior de la madre mediante la sección o corte de la pared abdominal y del útero? Como va a ocurrir en un alto porcentaje de nuestro vocabulario, en su origen está presente Roma y su (nuestro) latín.

Nuestra palabra cesárea procede de César (Caesar en latín). Cuenta la leyenda que Julio César nació a caeso utero (‘del útero cortado’) y que por ello se llamó así. Esta etimología que ponía en relación Caesar con haber nacido por incisión (caesum, ‘corte’) del vientre de su madre la difunde en la Edad Media, entre otros, San Isidoro de Sevilla en sus célebres Etimologías. Pero no parece que así sea, pues la madre del ilustre romano, Aurelia Cota, sobrevivió al parto de su hijo, algo imposible para las mujeres que sufrían una cesárea hasta por lo menos el siglo XVI. La historia nos lleva a buscar en los antepasados de Julio César hasta llegar, siete generaciones atrás, a Numerius Iulius Caesar (siglo III a. C.), el primero de la familia que recibió el cognomen (así llamaban los romanos a nuestro apellido) de Caesar (>César) que hubo de perdurar en la estirpe. Pues bien, este sí que, según atestigua la documentación de Plinio (Naturalis historia), nació a partir de un corte en el vientre de su madre. Por lo tanto, el verbo latino caedere (‘cortar’) en su forma de participio caesum originó el cognomen de aquel que había nacido ‘por vientre cortado’ (a caeso matris utero).

Una vez dicho esto, debemos advertir que nuestra palabra cesárea se empezó a usar en época renacentista (o al menos no tenemos documentación anterior) y deriva de la expresión latina sectio caesarea‘corte de César’.

Como curiosidad, de Julio César sí que tenemos hoy otras palabras derivadas en nuestro vocabulario cotidiano: de su nomen Iulius procede el nombre del séptimo mes del año, julio; y de su cognomen Caesar derivan el káiser alemán y el zar ruso. Y es que hay nombres propios que no solo dejan huella en la historia sino también en la lengua.

Cayo-Julio-César-Imperio-Romano

[Aviso a navegantes: es frecuente en estos asuntos que haya varias teorías, pero aquí aportaré siempre la que a mi juicio sea más coherente y esté mejor documentada. Es cierto que existen otras propuestas de etimología para la palabra César: Caesar podría relacionarse con la palabra caesariēs (‘cabellera’ que supuestamente abundaba en uno de los antepasados de Julio César); Caesar también podría derivar de caesi (‘elefante’, en una lengua africana, pues algún tatarabuelo habría matado ese animal); e incluso hay quien defiende que Caesar puede ser un nombre de origen etrusco.]

Filología y vida, ¿para qué?

«Filología, ¿para qué?», preguntas
mientras clavas en mí feroz pupila,
cargada de insidioso nihilismo.
Te lo explico. No entiendes mi respuesta.
Te da igual que los textos se publiquen
bien o mal, no te importa en absoluto
que un clásico se entienda, o que la gente
lea el Quijote tal y como quiso
su autor que lo leyéramos, sin una
sola coma dudosa ni un pasaje
desesperado.
Cambio de materia
y te pregunto: «Vida, ¿para qué?»
(por si se fundamenta tu rechazo
de la Filología en la grotesca
tesis de que la vida nada tiene
que ver con las bobadas filológicas).
Y tú respondes: «¿Vida? Para nada.
O, en todo caso, para los criados».
Adivino la cita de Villiers
detrás de tus palabras, pero eso
es lo de menos. Ahora he comprendido
por fin aquel inicio de una sátira
de Persio: O curas hominum! O quantum
est in rebus inane!
Luis Alberto de Cuenca,
Su nombre era el de todas la mujeres y otros poemas de amor
y desamor

Con este poema de Luis Alberto de Cuenca, uno de mis preferidos, inicio la primera página de este lugar propio dedicado precisamente a eso: a la Filología y a la vida, a lo que en la vida hay de Filología y viceversa. ¿De dónde vienen las palabras que usamos cada día? ¿Cuál es la ortografía correcta en tal o cual caso? ¿Qué palabras del diccionario nunca salen de él? ¿Qué sentido tiene hoy leer cierta obra clásica? ¿Qué novedades interesantes se están editando hoy? Todas estas respuestas y algunas más cuyas preguntas aún no han sido formuladas son las que pretendo responder semana tras semana desde este lado de la pantalla. Fundamentalmente, encontraréis aquí recomendaciones personales de lectura (ya lo decía Charles Nodier: «Después del placer de poseer libros, no hay nada más dulce que el de hablar de ellos»), pero también etimologías, citas, curiosidades, reflexiones sobre la lectura y la escritura, palabras rescatadas del olvido y todos aquellos asuntos, filológicos o no, que resulten interesantes para compartir. Los comentarios estarán siempre abiertos para quien desee participar. Bienvenidos sean y gracias por la visita.

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