Una isla literaria en San Bernardo

«¡Dios!», dijo, «cuando le vendes un libro a alguien no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra, en un libro de verdad, quiero decir. ¡Repámpanos! Si en lugar de librero fuera panadero, carnicero o vendedor de escobas la gente correría a su puerta a recibirme, ansiosa por recibir mi mercancía. Y heme aquí con mi cargamento de salvaciones eternas. Sí, señora, salvación para sus pequeñas y atribuladas almas. Y no vea cómo cuesta que lo entiendan. Sólo por eso vale la pena. […] Eso es lo que este país necesita: ¡más libros!»

Christopher Morley

La librería ambulante, Periférica

Más libros leídos, entiéndase; este país ─este mundo─ necesita más lectores y más librerías, y, si me dejan elegir, puntualizo: más librerías pequeñas, librerías de las de librero vocacional, de las que se abren con el corazón más que con la calculadora en la mano. Porque, como apuntaba Jorge Carrión en su magnífico ensayo Librerías (Anagrama, 2013), «todo buen librero tiene algo de médico, farmacéutico o psicólogo», y la vida es mucho menos dañina si se les tiene cerca para recomendarnos el manual de supervivencia perfecto en cada necesidad.

En Sevilla no podemos quejarnos: tenemos espacios literarios con personalidad propia alimentados por soñadores amantes de los libros y la cultura (El gato en bicicleta, La Extravagante, Casa Tomada… son solo algunos ejemplos). Esta semana, en la que ha cerrado sus puertas la librería Beta de Sierpes –una menos–, he tenido la oportunidad de conocer la última de las valientes que ha nacido en Sevilla –una más–, concretamente en el barrio de San Bernardo, en la calle del mismo nombre. La visita merece la pena. La Isla de Siltolá, así se llama este nuevo remanso poético de la ciudad, es el nuevo proyecto de Javier Sánchez Menéndez, poeta y editor, entre otras cosas. Todo en esta librería invita a quedarse atrapado en ella, olvidado el mundo que espera fuera. Las estanterías están llenas de las mejores páginas salvavidas, mucho verso –nunca demasiado– y también prosa escogida, una selección para los náufragos más pequeños, libros de viejo, el Quijote en sus mejores ediciones y, para regar el paladar, algunos vinos. Vayan y buceen en el «azul Siltolá», refúgiense en la isla de la poesía y la buena literatura. Les aseguro que llegarán a buen puerto.

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