Decía Miguel de Unamuno que un pedante es «un estúpido adulterado por el estudio». Si buscamos en el diccionario la palabra pedante, en un primer vistazo nos dirá lo que todos sabemos: que un pedante es aquella ‘persona engreída, que hace inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad’. Pero si seguimos leyendo veremos que en su tercera acepción el DRAE nos indica que el término tiene un significado hoy en desuso: pedante es el ‘maestro que enseñaba a los niños la gramática yendo a las casas’. La palabra procede del italiano pedante, que a su vez parece estar formada sobre el latín pes, pedis (‘pie’), por aquello de que los docentes iban andando a dar las clases a domicilio, e incluso porque, aparte de maestro, el pedante era el tutor y cuidador de los niños de familias acomodadas que los acompañaba a pie por todas partes. [El pes, pedis latino también está presente en palabras como pedestre, pedal, pedestal, peatón… todas relacionadas claramente con el pie.] Por lo tanto, en el origen, la palabra pedante no tenía el sentido peyorativo que actualmente le damos en español. ¿Cómo lo adquirió? Imaginemos la situación: muchos eran los aspirantes a pedante (a maestro a domicilio) y pocos los puestos vacantes, por lo que los candidatos tenían que pasar unas pruebas selectivas para demostrar que sabían más que sus contrincantes y lograr hacerse con el empleo. Tanta exhibición de conocimientos acabó convirtiendo al que presumía de mayor erudición en un pedante, ya con el sentido despectivo del término desde el siglo XVIII de manera evidente en nuestra lengua. Así, olvidado hoy el pobre profesor andante, el pedante sigue en nuestro vocabulario y en nuestra vida para continuar alardeando de una sabiduría (pretendida y pretenciosa) sin competencia.
¡Qué interesante! Deseando la próxima entrada ya. Un saludo.
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¡Muchas gracias! Saludos.
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Muy bueno!
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