Dicen haber leído…

Según el CIS, dos de cada diez españoles dicen haber leído el Quijote (insisto, «dicen haber leído»). En la misma encuesta, cuando se preguntaba a esos dos de cada diez por el nombre de don Quijote, solo un 16 % acertó responder Alonso Quijano. No voy a entrar a valorar lo poco que se lee el Quijote, ni las causas por las que no se hace. En estas lides de la lectura soy bastante transigente y creo a pies juntillas en el decálogo de Pennac: El primer derecho del lector es no leer.

Si trasladáramos la encuesta del CIS al Hemiciclo, Pedro Sánchez sería uno de esos dos de cada diez que dice haber leído el Quijote. De hecho, el candidato socialista reconoce haberlo leído incluso dos veces… Y permítanme que sonría. En esta etapa de pactos y no-pactos postelectorales a la que nos ha tocado asistir, se echan de menos más que nunca las páginas de Don Quijote. Esa larga conversación entre el loco de don Alonso y su fiel Sancho, ese diálogo real que conlleva el acercamiento de esos dos polos tan opuestos como la locura y la cordura. Cervantes nos enseñó que en el justo diálogo estaba la virtud, en el escuchar al otro, en el quijotizarse o sanchificarse a fuerza de tanto camino compartido solidariamente.

Por desgracia, hoy no se lee el Quijote, ni siquiera donde más falta hace, por más que se tuitee, por más disfraces y circos que se aplaudan, por más que se cite incluso falsamente… Estamos en la era del postureo (Quien esté libre de selfi que tire la primera piedra). Qué pocos quijotes en el horizonte para seguir fielmente, qué pocos sanchos que gobiernen con cabeza ínsulas y penínsulas, cuántos gineses de Pasamonte a los que volver a votar…

Cojo el Quijote y lo abro al azar: capítulo XV de la primera parte. Poso mi vista sobre unas palabras de Sancho: «De lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas de donde nosotros salimos sin costillas». Y sonrío. Vuelvo a repetir la operación y esta vez el destino me lleva al capítulo XXI de la segunda parte: «¡No milagro, milagro, sino industria, industria!», dice el pícaro de Basilio. Y vuelvo a sonreir. ¡Ay, si al menos dos de cada diez te leyeran…!

elquijote

 

¿Nació Julio César por cesárea?

«Si quieres ser original, vuelve al origen», sentencia sabiamente el dicho popular. Y eso es lo que vamos a hacer en nuestra búsqueda de etimologías curiosas, volver a los orígenes de la palabra aparentemente muerta que yace sobre la palabra viva hoy en nuestro día a día, despertar de su silencioso sueño a la ‘auténtica palabra’ (pues eso quiere decir etimología en griego: étimos, ‘verdadero’, + logos, ‘palabra’).

En esta ocasión vamos a desentrañar la palabra cesárea. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué llamamos así a la operación para extraer el feto del interior de la madre mediante la sección o corte de la pared abdominal y del útero? Como va a ocurrir en un alto porcentaje de nuestro vocabulario, en su origen está presente Roma y su (nuestro) latín.

Nuestra palabra cesárea procede de César (Caesar en latín). Cuenta la leyenda que Julio César nació a caeso utero (‘del útero cortado’) y que por ello se llamó así. Esta etimología que ponía en relación Caesar con haber nacido por incisión (caesum, ‘corte’) del vientre de su madre la difunde en la Edad Media, entre otros, San Isidoro de Sevilla en sus célebres Etimologías. Pero no parece que así sea, pues la madre del ilustre romano, Aurelia Cota, sobrevivió al parto de su hijo, algo imposible para las mujeres que sufrían una cesárea hasta por lo menos el siglo XVI. La historia nos lleva a buscar en los antepasados de Julio César hasta llegar, siete generaciones atrás, a Numerius Iulius Caesar (siglo III a. C.), el primero de la familia que recibió el cognomen (así llamaban los romanos a nuestro apellido) de Caesar (>César) que hubo de perdurar en la estirpe. Pues bien, este sí que, según atestigua la documentación de Plinio (Naturalis historia), nació a partir de un corte en el vientre de su madre. Por lo tanto, el verbo latino caedere (‘cortar’) en su forma de participio caesum originó el cognomen de aquel que había nacido ‘por vientre cortado’ (a caeso matris utero).

Una vez dicho esto, debemos advertir que nuestra palabra cesárea se empezó a usar en época renacentista (o al menos no tenemos documentación anterior) y deriva de la expresión latina sectio caesarea‘corte de César’.

Como curiosidad, de Julio César sí que tenemos hoy otras palabras derivadas en nuestro vocabulario cotidiano: de su nomen Iulius procede el nombre del séptimo mes del año, julio; y de su cognomen Caesar derivan el káiser alemán y el zar ruso. Y es que hay nombres propios que no solo dejan huella en la historia sino también en la lengua.

Cayo-Julio-César-Imperio-Romano

[Aviso a navegantes: es frecuente en estos asuntos que haya varias teorías, pero aquí aportaré siempre la que a mi juicio sea más coherente y esté mejor documentada. Es cierto que existen otras propuestas de etimología para la palabra César: Caesar podría relacionarse con la palabra caesariēs (‘cabellera’ que supuestamente abundaba en uno de los antepasados de Julio César); Caesar también podría derivar de caesi (‘elefante’, en una lengua africana, pues algún tatarabuelo habría matado ese animal); e incluso hay quien defiende que Caesar puede ser un nombre de origen etrusco.]

Filología y vida, ¿para qué?

«Filología, ¿para qué?», preguntas
mientras clavas en mí feroz pupila,
cargada de insidioso nihilismo.
Te lo explico. No entiendes mi respuesta.
Te da igual que los textos se publiquen
bien o mal, no te importa en absoluto
que un clásico se entienda, o que la gente
lea el Quijote tal y como quiso
su autor que lo leyéramos, sin una
sola coma dudosa ni un pasaje
desesperado.
Cambio de materia
y te pregunto: «Vida, ¿para qué?»
(por si se fundamenta tu rechazo
de la Filología en la grotesca
tesis de que la vida nada tiene
que ver con las bobadas filológicas).
Y tú respondes: «¿Vida? Para nada.
O, en todo caso, para los criados».
Adivino la cita de Villiers
detrás de tus palabras, pero eso
es lo de menos. Ahora he comprendido
por fin aquel inicio de una sátira
de Persio: O curas hominum! O quantum
est in rebus inane!
Luis Alberto de Cuenca,
Su nombre era el de todas la mujeres y otros poemas de amor
y desamor

Con este poema de Luis Alberto de Cuenca, uno de mis preferidos, inicio la primera página de este lugar propio dedicado precisamente a eso: a la Filología y a la vida, a lo que en la vida hay de Filología y viceversa. ¿De dónde vienen las palabras que usamos cada día? ¿Cuál es la ortografía correcta en tal o cual caso? ¿Qué palabras del diccionario nunca salen de él? ¿Qué sentido tiene hoy leer cierta obra clásica? ¿Qué novedades interesantes se están editando hoy? Todas estas respuestas y algunas más cuyas preguntas aún no han sido formuladas son las que pretendo responder semana tras semana desde este lado de la pantalla. Fundamentalmente, encontraréis aquí recomendaciones personales de lectura (ya lo decía Charles Nodier: «Después del placer de poseer libros, no hay nada más dulce que el de hablar de ellos»), pero también etimologías, citas, curiosidades, reflexiones sobre la lectura y la escritura, palabras rescatadas del olvido y todos aquellos asuntos, filológicos o no, que resulten interesantes para compartir. Los comentarios estarán siempre abiertos para quien desee participar. Bienvenidos sean y gracias por la visita.

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